30 de enero de 2.022
Este domingo nos fuimos al cross que se celebraba en Torrox Costa.
Cross bastante conocido que va por su sexta edición y al cual he asistido como acompañante al menos tres veces.
Discurre muy cerca de la playa, tanto que se mete en ella, aprovechando zonas de arenas más o menos compactas.
439 atletas inscritos que iban y venían de forma escalonada, lo que no impidió que se juntará bastante gente a disfrutar del espectáculo.
También curiosos y amigos del deporte se pasaron por la carrera, lo atestigüe al charlar con un granadino que estaba de paso y que se la ‘encontró’. Con intenciones de correrla la próxima vez, pues le había gustado mucho.
Un día espléndido. Se esperaban vientos rondando los 20 Km/h pero no hicieron acto de presencia.
Conforme avanzaba la mañana atletas y público sufrimos los rayos del sol, y empecé a pensar: “¿qué vamos a dejar para el verano?”.
El día se quedó estupendo para ir a la playa.
La organización muy buena.
Servicios muy cerca de la carrera y, un puesto de comida y bebida justo en el centro que hizo las delicias de mayores y pequeños.
El circuito muy ameno.
Pendientes largas y con poco ángulo y pequeñas bajadas empinadas era la tónica de los cambios de rasante.
Sobre el terreno se pisó de todo: Cantos rodados, caminos de piedras, carretera de adoquines falsos, pequeñas dunas, y zonas con trozos de plantas y rocas.
Mucha variedad en el recorrido que rompía la monotonía.
Con mi participación en la carrera, el hecho de hacer fotos, y que cada vez charlo más con la gente, la mañana se me pasó volada.
Cosas mías. (Salten más abajo para ir directamente a los podiums y ahorarse el rollo).
Lo primero: agradecer los ánimos dentro y fuera de la carrera. ¡Muchas gracias!
Disculpadme que esté todo el rato mirando al suelo, pero tengo miedo a pisar mal.
...
En esta carrera observé varios corredores que se ponían tan atrás como lo hago yo y esto me animó: ‘esta vez no iba a quedar tan rezagado’.
Durante la carrera, un compañero que calculo sería master 60, lo tuve todo el rato delante. Oscilando entre 300 y 400 metros de distancia.
Perdía distancia en las subidas y volvía a recuperarla en las bajadas. Temo a las bajadas y mi niño me dice que corro menos cuesta-abajo que cuesta-arriba. Ya me vale.
Pero yo a mi ritmo.
En la penúltima vuelta veo que cada vez estaba más cerca y me imaginé un ataque, pero como todavía estoy muy temeroso, no me apetecía nada.
Si él tenía suficientes fuerzas, iba a suponer que los dos acabásemos reventados por la lucha del penúltimo puesto.
A esto uní otro pensamiento: arrebatarle el puesto a un master 60 no me parecía ético ni glorioso.
Decidí seguir a mi cadencia y pasar del tema.
En la última vuelta, a escasos 300 metros de la meta y llegando a la zona estrecha, donde apenas caben dos corredores en paralelo, la distancia se había reducido a 3 metros.
Decidí bajar el paso y, justo en ese instante, mi compañero esprintó.
Supongo que creía que lo iba a adelantar y luchó porque esto no ocurriera.
‘Mejor, así no rompo mi ritmo’, y seguí a mi rollo.
Lo perdí de vista en la última curva y me lo encontré escasos segundos después sentado en el suelo, exhausto, junto a la meta. Se había esforzado al máximo.
Al pasar por su lado, me dijo: ‘buena carrera’. A lo que respondí con lo mismo y nos estrechamos la mano.
Acabamos de celebrar nuestra particular competición dentro de la prueba principal. A posteriori, supe que los dos habíamos disfrutado cómo enanos.
Supongo que esto ocurrirá muchas veces y que nuestros pequeños triunfos sobre adversarios espontáneos nos amenan las competiciones.
En charlas posteriores me terminó de alegrar la mañana. Comentó que gracias a mí había acabado la carrera.
Al ver que no iba el último y el hecho de luchar por su posición hizo sentirse con más ganas.
Por mi parte, mi corazón también se llenaba con la alegría de mi nuevo amigo.
¡Esto es atletismo!
Y ahora los podiums.
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